UNA LECTURA DE MI
FAMILIA Y OTRAS MISERIAS DE ORLANDO MAZEYRA GUILLÉN
Somos infelices y
miserables por muchos motivos: acaso el principal sea porque recordamos, jamás
nos acordamos de olvidar. Creo que, entre otras cosas, por eso duele la
existencia, porque no hay remedio para la culpa, porque en nuestro cuerpo y
mente siempre va grabándose la vida. A nosotros, mortales, no nos fue otorgada
la Nepenta ni las aguas del Leteo; nuestra cultura, a diferencia de aquella
tierra que se menciona en la Odisea, jamás probará el fruto —dulce como la miel— del árbol de donde mana el olvido:
condenados estamos a la memoria, a la sentencia irrevocable de la escritura.
—Rafael Toriz,en
una cita del Fedro de Platón
Escribe
Darwin Bedoya*
Siempre he creído que cada cual
tiene una historia que sólo él puede contar. O dicho de otra forma: dentro de
cada uno de nosotros hay un caudal de experiencias únicas, intransferibles, un
modo más o menos insólito de ver la realidad, que en la mayoría de los casos no
llegan a salir a la luz. Es más: a menudo ni siquiera nosotros llegamos a
sospechar la existencia de ese mundo interior. Supongo que por eso es tan
difícil cumplir el viejo precepto filosófico del «conócete a ti mismo», y por
eso también la originalidad, estando tan cerca de nosotros, es un bien raro de
encontrar. Sí, todos llevamos dentro de nosotros una historia que, como las
huellas dactilares, es absolutamente singular. En El tiempo recobrado, Proust nos
recuerda que el único libro verdadero de cada escritor lo llevamos dentro de
nosotros, mucho antes de escribirlo, y que por tanto nuestra tarea no es la de
inventar sino la de traducir. Y, sin embargo, a pesar de ese bagaje instintivo
que poseemos, pocas cosas hay tan difíciles como escribir una buena historia.
Todos conocemos a gentes a las que admiramos por su gracia para referir
anécdotas y que luego fueron son incapaces de hilar dos líneas al derecho. O
con imaginación y elocuencia probadas en muchas sobremesas pero que se
quedarían inermes al tomar la pluma o al ponerse ante el ordenador. O gentes
que han vivido mucho, ricas en aventuras y conocimientos, y que a pesar de ello
no sabrían reflejar en el papel ni uno solo de esos pedazos en bruto de existencia.
Pero las excepciones son las cosas más interesantes, y precisamente una de
ellas es ésta que encontramos en este libro intitulado Mi familia y otras
miserias de Orlando Mazeyra Guillén
0.- «RESULTA QUE UN HIJO
CON FUTURO NO ES ÚTIL EN UNA FAMILIA CON UN PADRE QUE NO ESTÁ PORQUE NO QUIERE
NINGÚN FUTURO PARA NADIE» (VÍCTOR GARCÍA)
Con ciertos resplandores
vargasllosianos y algunos destellos del autor de Los inocentes o Lima en rock,
además de leves improntas rulfianas y guiños con el Ampuero de Malos modales y Bicho raro, Orlando Mazeyra Guillén (Arequipa, 1980) nos presenta su más reciente cuentario: Mi familia y otras miserias. Esta
primera lectura que hago de estos textos irrevocables gira en torno a dos
puntos insertos en el libro, primero está la orientación que expresa el cántico-epígrafe
de Cat Stevens y, segundo, el cuento que apertura el libro, me refiero a Mi primera máquina de escribir que, por razones que expondré más adelante, ambos
representan el corpus integral de estos textos que a
veces devienen biografías, autobiografías, memorias, posmemorias, testimonios,
historias de vida, diarios, pero también recuerdos de infancia, autoficciones,
filmes, vídeos y hasta fragmentos autobiográficos, además de los sinnúmeros
registros poéticos en el lenguaje. Al final, todos ellos hacen relatos, aparte
de breves, introspectivos, con microuniversos individuales, que van generando
correspondencias entre los mejores cuentos del libro.
La primera impresión que tengo
de este libro es que se trata de un texto cuya expresión se erige narrando
historias con un estilo directo y trasgresor. Un libro cuya lectura equivale a
entrar en un bosque de árboles plantados en la memoria, unidades que van
asistiendo al entramado de un corpus sólido, un conjunto de historias que del
mismo modo pueden conformar una nouvelle
o de historias que también pueden leerse
independientemente. Aunque a veces pareciera que estos relatos suponen la
estructuración exclusiva de una suite de memorias familiares. Porque leer Mi familia y otras miserias implica esencialmente llegar a la conmoción
y, posiblemente a la identificación con alguno de sus personajes. En cada
relato Mazeyra ofrece una historia, una imagen para resumir el mundo, la
condición humana, un retazo de vida para las palabras. En este libro quizá
encontremos la historia definitiva de Mazeyra, su forma de explicar la vida y
la de los demás: un padre abominable, una madre desconsolada, un hijo
angustiado, son los personajes necesarios y suficientes para fundar un nuevo
dominio en la narrativa, un libro nuevo, un territorio donde poder erigir un
propio universo literario. La imagen que nos queda después de la lectura de Mi familia y otras miserias es la de un panorama extremo de la familia,
que en ocasiones nos evoca el origen del mundo y también el fin del mundo. Las páginas,
las historias de este libro nos muestra el lugar donde se alargan las
nostalgias y el sitio exacto donde las sombras se hacen más oscuras.
I.- «UNA FAMILIA FELIZ
ES UNA LARGA CONVERSACIÓN QUE SIEMPRE PARECE DEMASIADO CORTA» (ANDRÈ MAUROIS)
Muchos lectores deben haber
sentido lo que yo al haber terminado de leer este libro. Y la verdad es que me
siento privilegiado de vivir y leer en la misma época en que están escribiendo
narradores como Orlando Mazeyra Guillén, Carlos Yushimito, Daniel Alarcón y
Luis Hernán Castañeda en nuestro mapa. Y en el mapa hispanoamericano: Rodrigo
Hasbún (Bolivia), Patricio Pron (Argentina), Alejandro Zambra (Chile), Juan
Gabriel Vásquez (Colombia) y Julián Herbert (México). En recientes
conversaciones con amigos que de alguna manera están involucrados en el mundo
literario, yo escuchaba que todos coincidían en que Mazeyra, con este nuevo
libro, ha marcado no un hito, sino una frontera que lo va a convertir en una
potencia narrativa. Yo suscribo con entusiasmo ese juicio. Pero al plantear
esta aseveración nos preguntarán muchos ¿en qué consiste un acierto literario?
Yo sostengo que un acierto literario radica en la capacidad de sacudir en algún
nivel la consciencia del lector. Mover al lector desde algún estado de ánimo.
Tener la capacidad de crear vida en el relato. Hacer arte. Ir más allá del
oficio. (Y digo esto lejos del prejuicio y la idea abstracta o la afirmación
que podría entrar a los límites de lo ligeramente demagógico). En eso radica la
capacidad de un buen libro. Y precisamente eso es lo que tiene Mi familia y otras miserias (Tribal, 2013, 156 pp.), tercer libro de
Mazeyra, antes había publicado Urgente:
necesito un retazo de felicidad (2007) y La prosperidad reclusa (2010). Creo que una primera lectura de este
nuevo libro conmueve, no sé si sea objetivamente, ontológicamente emotivo. ¿Hay
acaso un «ser» de la emoción? ¿Posee la emoción un código genético que el
artista pueda administrar eficazmente desde sus dotes expresivas? Francamente
no lo creo. Quiero empezar a comentar este libro mencionando los puntos que han
hecho que mi primera lectura afirme que estamos frente a un acierto literario.
Si en Mi familia y otras
miserias existe una «única historia»,
ésta esconde un «bajo fondo», un «latido» subterráneo más «salvaje» que un
bárbaro venido de otro mundo. Tan salvaje que emerge hasta la superficie de esa
historia dominante, violenta y fuerte, como un huracán: se deja ver, asoma una
marca, crece un bulto sobre la piel que anuncia su presencia interior. Porque
lo que subyace es un contrario reprimido que quisiera ser «más cierto» y clama
«pidiendo aullar», abriéndose espacio en el cuento, con una prosa doblemente
concebida: quebrada y erigida. Y ese contrario, cuya victoria se recibe como
una premonición («será»), es signo de una inminente rebelión interior: esa
«cría salvaje aunque desconocida». —El temor a la existencia de un vacío que
hay que ocultar. —La sacralización de un yo que debe ser protegido mediante el
despliegue de toda una serie de escudos discursivos orientados a fortalecer su
esencia y a desorientar ante un posible asedio.
II.- «LA FAMILIA ES ALGO
ASÍ COMO ARMAR UN EDIFICIO DE JUGUETE SIN MANUAL DE INSTRUCCIONES» (AMMUNNI
BALA)
Este libro tiene los indicios
suficientes como para decir que estamos ante un texto que tiene las escrituras
del sí mismo. Pero ese tipo de escrituras tiene varias formas enunciativas. Una
de ellas es la autobiografía. La autobiografía ha sido un importante objeto de
estudio sobre todo a partir de los años setenta del pasado siglo. Ante la
eclosión de numerosos textos en los que el sujeto pretende narrarse a sí mismo,
han surgido numerosas teorías y análisis sobre las formas y los contenidos de
estas escrituras que ofrecen diversas lecturas e interpretaciones además de denominaciones
distintas según varios criterios. Para intentar acercarnos un poco a este
libro, diremos que los textos de esta índole tienen un tipo de escritura en la
que el autor proyecta su propio yo, reconstruyéndose o reinventándose a sí
mismo, inspirándose en sus propias vivencias y experiencias. Mi familia y otras miserias y sus 32 cuentos nos ha puesto sobre el
tapete, digamos, una especie de problemática de género alrededor de la cual se
plantean numerosas cuestiones, entre ellas, las más importantes, la distinción
entre discurso ficticio y discurso de verdad y el problema de la identidad o la
diferencia entre el autor, el narrador y el personaje, cuestión que nos
trasladará a plantearnos la construcción de la identidad narrativa en el texto.
Porque, qué nos podrían estar diciendo cuentos como: Mi primera máquina de escribir, Es
mejor hacerlo con agua mineral, De cómo mi padre se fue al infierno, Uña
y mugre, Me enseñaste a orinar, Cuero
de chancho, Culpables de tu locura, La
llave de tu conciencia y Sueños sucios.
Ya sabemos que una cosa es el
narrador y otra cosa el yo del autor, pero lo que no está tan claro es la
condición real o ficticia desde la que habla ese narrador que toma la voz y se
nombra en plan retrato, memoria, herencia, crónica, acusación o prueba de
descargo, que algo así es lo que viene a suceder en este libro. Aquí el yo
personal y propio de un joven escritor alcanza a ser memoria de una generación
y de una época. Entonces: ¿Qué quiere este libro de nosotros? ¿Cantar el dolor
de un hijo? ¿Ser crónica de una eternidad que ya es olvido? ¿Mostrarnos los
verdaderos rostros de algunos padres? ¿O acaso pretende que nosotros, tan
posmodernos, nos manchemos las manos y acabemos con nosotros mismos de una vez
por todas? Creo que Mazeyra, desde su primer libro, dejó claras sus tareas
narrativas que se había autoimpuesto: sorprendernos con su forma de renovar su
discurso narrativo agresor, su manera tan realista de construir un cuento;
pero, sobre todo, fascinarnos con la alta calidad de su escritura.
Tal vez Mi familia y otras miserias no sea un libro de cuentos, sino un gran
libro de confesiones, un verdadero descubrimiento de la realidad que a veces no
puede ser dicha y vive oculta para siempre. Estas páginas son la intersección
entre géneros literarios (generalización de géneros) y categorías de lo real,
mediación entre lo íntimo y lo histórico, espacio donde se asienta la
identidad, porque las escrituras del sí mismo son un lugar lleno de enigmas y
de ambivalencias, donde el texto reenvía continuamente a la vida trozos de
memoria. Tal vez por eso la relación entre la escritura y la vida nos conduce
inevitablemente al estudio de la referencialidad del lenguaje, a la
representación del mundo y del sujeto en el texto escrito, en definitiva, al problema
de la veracidad o de la ficción del referente y, consecuentemente, a la
cuestión de las escrituras del sí mismo y de la construcción de la identidad
narrativa.
III.- «LA FAMILIA ES UN
ERROR DEL QUE NO NOS REPONEMOS FÁCILMENTE» (HERMANN HESSE)
Desde el primer cuento de este
libro el lector se enfrenta a una realidad que no sabe si ciertamente es
realidad o ficción. El criterio de distinción entre ficción y no-ficción es
importante por cuanto se tiende a considerar que en los textos autobiográficos debe
prevalecer la condición de texto no literario, es decir, no inventado. Esta
diferenciación constituye el punto de partida de teorías que, como la de
Genette, intentan analizar y distinguir las características de las escrituras
«ficticias» en las que el autor inventa completamente el mundo narrado, de las
escrituras facticias, en las que, por el contrario, el autor se atiene o debe
atenerse a la narración de los hechos acontecidos. Pero en una atenta lectura
de Mi familia y otras miserias, llegaremos a la conclusión de que la
intencionalidad del receptor, en el momento de la lectura, será pues la que
construya el sentido textual. Como consecuencia, veremos entonces que, todo
texto puede ser realista al proyectar la experiencia empírica de la realidad
sobre la ficción leída, produciendo lo que conocemos, gracias a Genette, como
«realismo intencional». El lector actualiza el texto y se lo apropia, creando
«el realismo verdadero en la historia». Por esa suspensión del descreimiento
que da paso al entusiasmo de la epifanía, desde el cual se difumina la frontera
sutil entre historia y ficción. Sabemos que toda realidad es un constructo
conformado por modelos de representación comunes a una determinada cultura. Por
eso el texto funciona además como un instrumento de comunicación estética,
dejando entrever una realidad psíquica que no se limita a un caso particular,
sino que es común a todos, convirtiéndose en una herramienta de conocimiento de
sí y del otro.
En realidad, las escrituras
que se acercan al tema del yo tienen este carácter ambivalente: por un lado son
actos de conciencia que construyen una identidad pero, por otro, son actos de
comunicación. Esto supone un proceso de selección y de ordenamiento de sí
mismo, de autodefinición frente al otro. Lo que parece más cercano en Mi familia y otras miserias es que, aunque sea un espacio de ficción,
como podría pretender, por ejemplo, Derrida o Paul de Man, estos textos
literarios no son leídos como ficción. Aunque tanto autores como lectores
puedan perder la ingenuidad respecto al reflejo verídico del sujeto en la
escritura, no por ello el pacto de lectura deja de funcionar en su esencia. La
cuestión será el definir ese pacto de lectura. La construcción de la identidad
conduce, inexorablemente, a la búsqueda de los orígenes y, por tanto, a la
exploración narrativa dentro del grupo socio-familiar donde tuvo lugar el
nacimiento, grupo que asigna un nombre y un apellido al sujeto, digamos,
primeros signos de identidad. En esa construcción identitaria, el sujeto recompone
imaginariamente sus orígenes familiares. El psicoanálisis freudiano se detuvo
un instante eterno para hablar de este tema que recrea Mazeyra, por ejemplo,
con mayor notoriedad, en el cuento Me
enseñaste a orinar. Este
último argumento en el que el padre está ausente es característico de los
relatos de héroes míticos, conquistadores legendarios o profetas religiosos,
cuyos orígenes son parcialmente anómalos, oscuros o extraordinarios. De alguna
forma, el heroísmo viene así conectado con el narcisismo: el héroe sería así
alguien que no le debe la vida a nadie, un ser autogenerado. Estas dos
transformaciones de la historia familiar están, según la teoría psicoanalítica,
íntimamente relacionadas con dos fantasmas derivados del complejo de Edipo: por
un lado, el autoengendramiento y, por otro, el fantasma de la propia muerte.
Constituyen ambos una reescritura de los orígenes, la reconstrucción de la
historia del encuentro, fruto del cual, el niño o la niña han nacido, y del que
está excluido para siempre, como quiere ser el cuento Cuero de chancho.
Desde este punto de vista, las
escrituras del yo, podrían ser construcciones logradas por el lenguaje escrito,
por esa exploración del sí mismo en la que el sujeto (narrador) reinventa o
reconstruye su propia identidad en la ficción. Mazeyra, más que narrar lo que
sabe de sí mismo, utiliza la narración para averiguar lo que ignora, lo que se
esconde en la parte más oscura de la memoria. En esa utilización heurística de
la ficción se pone de relieve, en primer lugar, el deseo del autor de la
narración de hacer morir al padre y fantasear su propio autoengendramiento. No
tiene pues nada de extraño el que en este autoalumbramiento en el que las
figuras paternas quedan ocultas, el autor adopte en muchas ocasiones el viaje
de revisitación al pasado, lo que al final devendría estar condenado a la
memoria, a la escritura.
IV.- «LA FAMILIA ES UNA
DE LAS MEJORES FORMAS DE ODIARSE UNOS A OTROS» (LORD BYRON)
En los cuentos De cómo mi padre se fue al infierno y Sueños
sucios podría volver a darse la
construcción de la narración familiar, el sujeto recompone imaginariamente sus
orígenes, como primera manifestación de la ficcionalización del yo, dando lugar
a dos fantasmas donde se sitúa la escena primitiva, el autoengendramiento y la
propia muerte, el comienzo absoluto y la permanencia de un yo que se quiere
padre e hijo de una obra que es su doble. La construcción de esa historia
familiar reenvía pues al escritor a las razones profundas de su escritura, a la
averiguación de lo que se oculta en la «sombra oscura» del sí mismo. El hecho
de que el narrador se convierta en sujeto de escritura supone, en una
tanatografía, «terminar» con el padre y autodenominarse con un apellido que, no
obstante, mantiene una referencia toponímica paterna. Creadora de sí misma, el
autor reelaborará imaginariamente a la madre en distintas figuras, en
diferentes situaciones, pero en las más de las veces, será una imagen
evocadora.
Concebidos la mayoría de
cuentos como un espacio donde se construye la identidad narrativa, el autor se
proyectará en las diversas instancias discursivas del texto. Permitiéndonos de
ese modo el conocimiento/análisis de la enunciación narrativa y sus posibles
identificaciones, entonces partiríamos de la conciencia de una serie de
conceptos narratológicos un tanto confusos, como focalizador, narrador,
enunciador y autor implícito. Entendiendo por focalización la representación
lingüística en el texto de la perspectiva cognitiva a partir de la cual se
enuncia el discurso, seguiríamos con las diversas clasificaciones, pero siempre
en función del sujeto o el objeto, que pueda distinguir entre focalización
delegada y no delegada, y focalización interna y externa. La existencia de una
focalización que puede ser delegada o no nos indica, en definitiva, que la
perspectiva cognitiva parte siempre del narrador, tanto como la enunciación,
pudiendo ser una instancia narrativa o discursiva, tal como ocurre en Mi primera máquina de escribir.
V.- «LA FAMILIA ES UN
NIDO DE PERVERSIONES» (SIMONE DE BEAUVOIR)
En este tipo de escrituras el
nombre es el origen y el signo más evidente de la identidad. Con el nombre y
los apellidos se le designa como perteneciente a dos colectivos bien
delimitados: a un género y a una familia patriarcal, puesto que es por el
nombre del padre por el que se le diferencia y se le «sujeta». Estos dos grupos
comportan una serie de connotaciones diferentes.
Esta afirmación supone, en las
escrituras del sí mismo, a pesar de la utilización de diversas personas
gramaticales, una cierta identificación, por parte del lector, la cual ocurre
entre el autor implícito y el enunciador o narrador, y el personaje principal
del texto. Y, sobre todo, que el enunciador o narrador pueda identificarse, en
cierta forma, con el enunciado o lo narrado. Para proceder al reconocimiento de
la enunciación narrativa y sus posibles identificaciones establecemos la
definición de una serie de conceptos utilizados con frecuencia en narratología
y lingüística que dan cuenta de una cierta confusión entre las nociones de
focalizador, narrador/enunciador, autor implícito y autor real. Partiendo de
las nociones de diégesis y de mímesis, podemos establecer una diferencia entre
el universo diegético o mundo narrado, y la instancia que narra profiriendo el
discurso, y que es la organizadora de la historia, al final nos darán cuenta,
respectivamente, de la «mostración» o showing, y de la narración, telling o
talking. En el primer caso, estaríamos frente a hechos presentados sin la
mediación de una fuente narrativa, mientras que en el segundo, se trataría de
tomar en consideración los textos en los que el relato puede partir de puntos
de vista diferentes, y a veces contradictorios, del narrador. De ahí la
confusión, en numerosas ocasiones, entre el focalizador y el narrador,
instancias solidarias e incluso a veces indiscernibles. Son numerosos los
estudios realizados sobre el concepto de focalización, de ahí una cierta
confusión en la terminología. Por focalización entiendo la representación
lingüística en el texto de la perspectiva cognitiva a partir de la cual se
enuncia el discurso. En la teoría narratológica de Genette, la diferencia entre
mostrar y relatar, entre la focalización y la narración, se ve plasmada en el
concepto de distancia como la expresión de los diferentes grados de
intervención del narrador en los discursos de los personajes, esta iteración la
podemos reconocer, por ejemplo en el cuento Es mejor hacerlo con agua mineral.
VI.- «A PESAR DE TODO,
LO ÚLTIMO QUE SIEMPRE QUEDA ES LA FAMILIA» (MARLON BRANDO)
Mazeyra, en su revisitación,
se ha desplazado por los territorios de la escritura de la búsqueda y el
hallazgo. Y sus lectores hemos encontrado, con su libro, la lectura de la
sensibilidad y la conmoción. La repetición de algunas ideas en Mi familia y otras miserias incide igualmente en la cronología del texto,
atentando, de alguna manera contra el principio según el cual el relato debe
ser una sucesión de acontecimientos lógica y cronológicamente orientados hacia
un fin. Esto produce pues un efecto de inmovilización o, cuanto menos, de enlentecimiento, abriendo el final del
relato. Y no olvidemos que la repetición es no sólo una figura de preferencia
dentro de los mismos textos, sino también intertextual: no sólo palabras, sino
también frases, incluso fragmentos, aparecen en distintos textos con pequeñas
variaciones. Como por ejemplo, ciertos fragmentos de Me enseñaste a orinar y Cuero
de chancho, produciendo un efecto
extraño de desdoblamiento, de universo cerrado y la a la vez disperso que se
refleja en sí mismo aunque distorsionado. En Mi familia y otras miserias, Mazeyra es, en definitiva, un personaje que
construye su identidad narrativa a través de los textos que va creando, en
constante interacción con el lector. Es mediante la “mentira-verdad” por donde
se puede acceder a la verdad íntima del sí mismo, en la construcción de una
ipseidad que describe tres sentidos de la invención. El primero, responde a la
pregunta de quién soy yo: ante la constatación del vacío central inalcanzable
del sujeto, desde el cual surge la necesidad de construirse una identidad en la
escritura; el segundo, se plasma en la reinvención del sujeto en su relación
con el mundo exterior; y el tercero, en una proyección onírica que conduce a
otra verdad de sí mismo.
Estamos entonces ante el autor
de un libro íntimo, aquel que estuvo anotando en su memoria, día a día, sus
impresiones y sus estados de ánimo, fijando el cuadro de su realidad cotidiana
sin preocupación alguna por la continuidad. Esta es una escritura de fondo
personal, muy intensa, en las que las palabras a veces son duras, en otras,
mordaces y a veces punzantes. Al leer estos cuentos estamos asistiendo a un
doble movimiento acelerado que nos introduce en la vida íntima de un personaje
para abrirnos al mundo en su más grande amplitud. El escritor entonces se
muestra por momentos elegíaco y agresivo, pero el trazo de las frases es
siempre preciso, el pulso con que fueron escritas estas historias es firme y
nítido y su ritmo vertiginoso, pues mientras vamos leyendo hay una luz que
exterioriza el sinsentido de nuestros afectos más recónditos. Así es como las
escrituras del sí mismo se convierten pues en el proceso de búsqueda de una
identidad, construcción significante que sitúa al yo en una línea de ficción,
como diría Lacan. Construida en una interacción con la alteridad imaginaria, la
obra supone el desdoblamiento hacia el sí mismo más profundo y oscuro, de donde
surge su forma y expresión literaria.
En Mi familia y otras miserias el narrador es a la vez producto textual e
instancia activa que enuncia ser, no obstante, una proyección ficticia del
autor dentro del texto y en el que éste delega los modos de presentar la
historia, además del emisor del monólogo narrativo que envuelve todas las voces
y la voz principal, aunque su figura permanezca latente. Si esto lo
comprendemos así, aunque hablen los personajes, el narrador no puede permanecer
en silencio: la polifonía del discurso no será más que la emanación de dicho
narrador, voz multiplicada en una alteridad. El creer que el personaje tiene
voz propia sería pretender su referencialidad en el mundo real, independiente
del narrador, instancia creada a su vez por el autor implícito, figura del
autor real. El autor real se proyecta además en el autor implícito o modelo. A
pesar del intento de delimitación de estas categorías, las fronteras entre las
diversas instancias pueden desplazarse, sobre todo cuando el autor decide
entablar un juego de equívocos. Estas confusiones derivan directamente de la labilidad
de los pronombres personales que, en la enunciación, traducirían el fantasma de
una identidad múltiple y movediza, construcción del lenguaje, viniendo a
demostrar que un mismo enunciador puede ocupar todas las instancias del
discurso. Las instancias discursivas serán pues elaboración de aquella a la que
se refiere la firma de Mazeyra, representación del autor real, como
manifestación del desdoblamiento y fragmentación que constituye el propio acto
de escribir, donde la alteridad es necesaria para construir la identidad
narrativa. Es esta una colección de relatos nacidos del reconocimiento entre
iguales. Estas son historias entrelazadas que nos asoman en toda su crudeza a
la separación y unión consumadas. Mazeyra consigue mostrar no sólo que pudo
escribir las historias que deseaba: ha desnudado su intencionalidad, su arte y
su particular visión del mundo de un hijo, de un escritor, de un hombre. Porque
los personajes de carne y hueso de Mi
familia y otras miserias transitan
por el dolor, la ausencia, la separación, la pérdida y la memoria misma como
parte de la vida. Estos son cuentos escritos con la energía que dispone el
sentimiento sin aquiescencias, los retazos familiares que componen estas
páginas dan forma a la obra que más nos ha tocado de cuantas se hayan escrito
en los últimos tiempos en la narrativa peruana.
Quizá estemos frente a una de
sus narraciones más poderosas. Relativamente breve, pero muy intensa. Por eso
esta colección de cuentos es una invitación a la reflexión, a la incomodidad
del dolor. Es un libro contra el olvido, contra la indiferencia. Este libro nos
permite asomarnos y ver lo que hay detrás de la miseria, al lado, enfrente, lo
que queda más allá de nosotros, de nuestros actos, de nuestras formas de ser.
En Mi familia y otras miserias hay héroes verdaderos. Hay hazañas
construidas dentro de un corazón. Hay decisiones terribles; pero sobre todo,
hay miradas hacia atrás. Lugares que no se olvidan. Palabras que aún repican
como las campanas doblan al atardecer. Hay nombres propios y vidas que se
apagan con una memoria. Hay deseos de vivir y de morir. Hay destinos
paradójicos, sucesos que se quedan hundidos en la memoria. Con Mi familia y otras miserias, podemos reiterar: su autor ha trazado una
ruta emocional que une como puntos de coordenada un tipo de sentimiento, un
mapa melancólico. Orlando Mazeyra Guillén ha escrito un libro para releer y nos
ha hecho recordar que las verdaderas historias viven dentro de nosotros, porque
simplemente las hemos vivido y las conocemos, las sentimos. Este es un autor al
que hay que seguirle la pista.
Juliaca, octubre de
2013
*Darwin Bedoya (Tacna, 1974) es poeta, narrador y crítico peruano.
Ganador del Premio Copé Internacional 2011 con su obra El libro de las sombras (Ediciones Copé , 2012). Actualmente radica
en Juliaca.
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