jueves, 5 de diciembre de 2013

LAS COSAS QUE NOS UNEN DESDE ESA ETERNIDAD QUE YA ES OLVIDO

UNA LECTURA DE MI FAMILIA Y OTRAS MISERIAS DE ORLANDO MAZEYRA GUILLÉN



Somos infelices y miserables por muchos motivos: acaso el principal sea porque recordamos, jamás nos acordamos de olvidar. Creo que, entre otras cosas, por eso duele la existencia, porque no hay remedio para la culpa, porque en nuestro cuerpo y mente siempre va grabándose la vida. A nosotros, mortales, no nos fue otorgada la Nepenta ni las aguas del Leteo; nuestra cultura, a diferencia de aquella tierra que se menciona en la Odisea, jamás probará el fruto dulce como la miel del árbol de donde mana el olvido: condenados estamos a la memoria, a la sentencia irrevocable de la escritura.

Rafael Toriz,en una cita del Fedro de Platón


Escribe Darwin Bedoya*
Siempre he creído que cada cual tiene una historia que sólo él puede contar. O dicho de otra forma: dentro de cada uno de nosotros hay un caudal de experiencias únicas, intransferibles, un modo más o menos insólito de ver la realidad, que en la mayoría de los casos no llegan a salir a la luz. Es más: a menudo ni siquiera nosotros llegamos a sospechar la existencia de ese mundo interior. Supongo que por eso es tan difícil cumplir el viejo precepto filosófico del «conócete a ti mismo», y por eso también la originalidad, estando tan cerca de nosotros, es un bien raro de encontrar. Sí, todos llevamos dentro de nosotros una historia que, como las huellas dactilares, es absolutamente singular. En El tiempo recobrado, Proust nos recuerda que el único libro verdadero de cada escritor lo llevamos dentro de nosotros, mucho antes de escribirlo, y que por tanto nuestra tarea no es la de inventar sino la de traducir. Y, sin embargo, a pesar de ese bagaje instintivo que poseemos, pocas cosas hay tan difíciles como escribir una buena historia. Todos conocemos a gentes a las que admiramos por su gracia para referir anécdotas y que luego fueron son incapaces de hilar dos líneas al derecho. O con imaginación y elocuencia probadas en muchas sobremesas pero que se quedarían inermes al tomar la pluma o al ponerse ante el ordenador. O gentes que han vivido mucho, ricas en aventuras y conocimientos, y que a pesar de ello no sabrían reflejar en el papel ni uno solo de esos pedazos en bruto de existencia. Pero las excepciones son las cosas más interesantes, y precisamente una de ellas es ésta que encontramos en este libro intitulado Mi familia y otras miserias de Orlando Mazeyra Guillén


0.- «RESULTA QUE UN HIJO CON FUTURO NO ES ÚTIL EN UNA FAMILIA CON UN PADRE QUE NO ESTÁ PORQUE NO QUIERE NINGÚN FUTURO PARA NADIE» (VÍCTOR GARCÍA)

Con ciertos resplandores vargasllosianos y algunos destellos del autor de Los inocentes o Lima en rock, además de leves improntas rulfianas y guiños con el Ampuero de Malos modales y Bicho raro, Orlando Mazeyra Guillén (Arequipa, 1980) nos presenta su más reciente cuentario: Mi familia y otras miserias. Esta primera lectura que hago de estos textos irrevocables gira en torno a dos puntos insertos en el libro, primero está la orientación que expresa el cántico-epígrafe de Cat Stevens y, segundo, el cuento que apertura el libro, me refiero a Mi primera máquina de escribir que, por razones que expondré más adelante, ambos representan el corpus integral de estos textos que a veces devienen biografías, autobiografías, memorias, posmemorias, testimonios, historias de vida, diarios, pero también recuerdos de infancia, autoficciones, filmes, vídeos y hasta fragmentos autobiográficos, además de los sinnúmeros registros poéticos en el lenguaje. Al final, todos ellos hacen relatos, aparte de breves, introspectivos, con microuniversos individuales, que van generando correspondencias entre los mejores cuentos del libro.
La primera impresión que tengo de este libro es que se trata de un texto cuya expresión se erige narrando historias con un estilo directo y trasgresor. Un libro cuya lectura equivale a entrar en un bosque de árboles plantados en la memoria, unidades que van asistiendo al entramado de un corpus sólido, un conjunto de historias que del mismo modo pueden conformar una nouvelle o de historias que también pueden leerse independientemente. Aunque a veces pareciera que estos relatos suponen la estructuración exclusiva de una suite de memorias familiares. Porque leer Mi familia y otras miserias implica esencialmente llegar a la conmoción y, posiblemente a la identificación con alguno de sus personajes. En cada relato Mazeyra ofrece una historia, una imagen para resumir el mundo, la condición humana, un retazo de vida para las palabras. En este libro quizá encontremos la historia definitiva de Mazeyra, su forma de explicar la vida y la de los demás: un padre abominable, una madre desconsolada, un hijo angustiado, son los personajes necesarios y suficientes para fundar un nuevo dominio en la narrativa, un libro nuevo, un territorio donde poder erigir un propio universo literario. La imagen que nos queda después de la lectura de Mi familia y otras miserias es la de un panorama extremo de la familia, que en ocasiones nos evoca el origen del mundo y también el fin del mundo. Las páginas, las historias de este libro nos muestra el lugar donde se alargan las nostalgias y el sitio exacto donde las sombras se hacen más oscuras.

I.- «UNA FAMILIA FELIZ ES UNA LARGA CONVERSACIÓN QUE SIEMPRE PARECE DEMASIADO CORTA» (ANDRÈ MAUROIS)

Muchos lectores deben haber sentido lo que yo al haber terminado de leer este libro. Y la verdad es que me siento privilegiado de vivir y leer en la misma época en que están escribiendo narradores como Orlando Mazeyra Guillén, Carlos Yushimito, Daniel Alarcón y Luis Hernán Castañeda en nuestro mapa. Y en el mapa hispanoamericano: Rodrigo Hasbún (Bolivia), Patricio Pron (Argentina), Alejandro Zambra (Chile), Juan Gabriel Vásquez (Colombia) y Julián Herbert (México). En recientes conversaciones con amigos que de alguna manera están involucrados en el mundo literario, yo escuchaba que todos coincidían en que Mazeyra, con este nuevo libro, ha marcado no un hito, sino una frontera que lo va a convertir en una potencia narrativa. Yo suscribo con entusiasmo ese juicio. Pero al plantear esta aseveración nos preguntarán muchos ¿en qué consiste un acierto literario? Yo sostengo que un acierto literario radica en la capacidad de sacudir en algún nivel la consciencia del lector. Mover al lector desde algún estado de ánimo. Tener la capacidad de crear vida en el relato. Hacer arte. Ir más allá del oficio. (Y digo esto lejos del prejuicio y la idea abstracta o la afirmación que podría entrar a los límites de lo ligeramente demagógico). En eso radica la capacidad de un buen libro. Y precisamente eso es lo que tiene Mi familia y otras miserias (Tribal, 2013, 156 pp.), tercer libro de Mazeyra, antes había publicado Urgente: necesito un retazo de felicidad (2007) y La prosperidad reclusa (2010). Creo que una primera lectura de este nuevo libro conmueve, no sé si sea objetivamente, ontológicamente emotivo. ¿Hay acaso un «ser» de la emoción? ¿Posee la emoción un código genético que el artista pueda administrar eficazmente desde sus dotes expresivas? Francamente no lo creo. Quiero empezar a comentar este libro mencionando los puntos que han hecho que mi primera lectura afirme que estamos frente a un acierto literario. Si en Mi familia y otras miserias existe una «única historia», ésta esconde un «bajo fondo», un «latido» subterráneo más «salvaje» que un bárbaro venido de otro mundo. Tan salvaje que emerge hasta la superficie de esa historia dominante, violenta y fuerte, como un huracán: se deja ver, asoma una marca, crece un bulto sobre la piel que anuncia su presencia interior. Porque lo que subyace es un contrario reprimido que quisiera ser «más cierto» y clama «pidiendo aullar», abriéndose espacio en el cuento, con una prosa doblemente concebida: quebrada y erigida. Y ese contrario, cuya victoria se recibe como una premonición («será»), es signo de una inminente rebelión interior: esa «cría salvaje aunque desconocida». —El temor a la existencia de un vacío que hay que ocultar. —La sacralización de un yo que debe ser protegido mediante el despliegue de toda una serie de escudos discursivos orientados a fortalecer su esencia y a desorientar ante un posible asedio.

II.- «LA FAMILIA ES ALGO ASÍ COMO ARMAR UN EDIFICIO DE JUGUETE SIN MANUAL DE INSTRUCCIONES» (AMMUNNI BALA)

Este libro tiene los indicios suficientes como para decir que estamos ante un texto que tiene las escrituras del sí mismo. Pero ese tipo de escrituras tiene varias formas enunciativas. Una de ellas es la autobiografía. La autobiografía ha sido un importante objeto de estudio sobre todo a partir de los años setenta del pasado siglo. Ante la eclosión de numerosos textos en los que el sujeto pretende narrarse a sí mismo, han surgido numerosas teorías y análisis sobre las formas y los contenidos de estas escrituras que ofrecen diversas lecturas e interpretaciones además de denominaciones distintas según varios criterios. Para intentar acercarnos un poco a este libro, diremos que los textos de esta índole tienen un tipo de escritura en la que el autor proyecta su propio yo, reconstruyéndose o reinventándose a sí mismo, inspirándose en sus propias vivencias y experiencias. Mi familia y otras miserias y sus 32 cuentos nos ha puesto sobre el tapete, digamos, una especie de problemática de género alrededor de la cual se plantean numerosas cuestiones, entre ellas, las más importantes, la distinción entre discurso ficticio y discurso de verdad y el problema de la identidad o la diferencia entre el autor, el narrador y el personaje, cuestión que nos trasladará a plantearnos la construcción de la identidad narrativa en el texto. Porque, qué nos podrían estar diciendo cuentos como: Mi primera máquina de escribir, Es mejor hacerlo con agua mineral, De cómo mi padre se fue al infierno, Uña y mugre, Me enseñaste a orinar, Cuero de chancho, Culpables de tu locura, La llave de tu conciencia y Sueños sucios.
Ya sabemos que una cosa es el narrador y otra cosa el yo del autor, pero lo que no está tan claro es la condición real o ficticia desde la que habla ese narrador que toma la voz y se nombra en plan retrato, memoria, herencia, crónica, acusación o prueba de descargo, que algo así es lo que viene a suceder en este libro. Aquí el yo personal y propio de un joven escritor alcanza a ser memoria de una generación y de una época. Entonces: ¿Qué quiere este libro de nosotros? ¿Cantar el dolor de un hijo? ¿Ser crónica de una eternidad que ya es olvido? ¿Mostrarnos los verdaderos rostros de algunos padres? ¿O acaso pretende que nosotros, tan posmodernos, nos manchemos las manos y acabemos con nosotros mismos de una vez por todas? Creo que Mazeyra, desde su primer libro, dejó claras sus tareas narrativas que se había autoimpuesto: sorprendernos con su forma de renovar su discurso narrativo agresor, su manera tan realista de construir un cuento; pero, sobre todo, fascinarnos con la alta calidad de su escritura.
Tal vez Mi familia y otras miserias no sea un libro de cuentos, sino un gran libro de confesiones, un verdadero descubrimiento de la realidad que a veces no puede ser dicha y vive oculta para siempre. Estas páginas son la intersección entre géneros literarios (generalización de géneros) y categorías de lo real, mediación entre lo íntimo y lo histórico, espacio donde se asienta la identidad, porque las escrituras del sí mismo son un lugar lleno de enigmas y de ambivalencias, donde el texto reenvía continuamente a la vida trozos de memoria. Tal vez por eso la relación entre la escritura y la vida nos conduce inevitablemente al estudio de la referencialidad del lenguaje, a la representación del mundo y del sujeto en el texto escrito, en definitiva, al problema de la veracidad o de la ficción del referente y, consecuentemente, a la cuestión de las escrituras del sí mismo y de la construcción de la identidad narrativa.

III.- «LA FAMILIA ES UN ERROR DEL QUE NO NOS REPONEMOS FÁCILMENTE» (HERMANN HESSE)

Desde el primer cuento de este libro el lector se enfrenta a una realidad que no sabe si ciertamente es realidad o ficción. El criterio de distinción entre ficción y no-ficción es importante por cuanto se tiende a considerar que en los textos autobiográficos debe prevalecer la condición de texto no literario, es decir, no inventado. Esta diferenciación constituye el punto de partida de teorías que, como la de Genette, intentan analizar y distinguir las características de las escrituras «ficticias» en las que el autor inventa completamente el mundo narrado, de las escrituras facticias, en las que, por el contrario, el autor se atiene o debe atenerse a la narración de los hechos acontecidos. Pero en una atenta lectura de Mi familia y otras miserias, llegaremos a la conclusión de que la intencionalidad del receptor, en el momento de la lectura, será pues la que construya el sentido textual. Como consecuencia, veremos entonces que, todo texto puede ser realista al proyectar la experiencia empírica de la realidad sobre la ficción leída, produciendo lo que conocemos, gracias a Genette, como «realismo intencional». El lector actualiza el texto y se lo apropia, creando «el realismo verdadero en la historia». Por esa suspensión del descreimiento que da paso al entusiasmo de la epifanía, desde el cual se difumina la frontera sutil entre historia y ficción. Sabemos que toda realidad es un constructo conformado por modelos de representación comunes a una determinada cultura. Por eso el texto funciona además como un instrumento de comunicación estética, dejando entrever una realidad psíquica que no se limita a un caso particular, sino que es común a todos, convirtiéndose en una herramienta de conocimiento de sí y del otro.
En realidad, las escrituras que se acercan al tema del yo tienen este carácter ambivalente: por un lado son actos de conciencia que construyen una identidad pero, por otro, son actos de comunicación. Esto supone un proceso de selección y de ordenamiento de sí mismo, de autodefinición frente al otro. Lo que parece más cercano en Mi familia y otras miserias es que, aunque sea un espacio de ficción, como podría pretender, por ejemplo, Derrida o Paul de Man, estos textos literarios no son leídos como ficción. Aunque tanto autores como lectores puedan perder la ingenuidad respecto al reflejo verídico del sujeto en la escritura, no por ello el pacto de lectura deja de funcionar en su esencia. La cuestión será el definir ese pacto de lectura. La construcción de la identidad conduce, inexorablemente, a la búsqueda de los orígenes y, por tanto, a la exploración narrativa dentro del grupo socio-familiar donde tuvo lugar el nacimiento, grupo que asigna un nombre y un apellido al sujeto, digamos, primeros signos de identidad. En esa construcción identitaria, el sujeto recompone imaginariamente sus orígenes familiares. El psicoanálisis freudiano se detuvo un instante eterno para hablar de este tema que recrea Mazeyra, por ejemplo, con mayor notoriedad, en el cuento Me enseñaste a orinar. Este último argumento en el que el padre está ausente es característico de los relatos de héroes míticos, conquistadores legendarios o profetas religiosos, cuyos orígenes son parcialmente anómalos, oscuros o extraordinarios. De alguna forma, el heroísmo viene así conectado con el narcisismo: el héroe sería así alguien que no le debe la vida a nadie, un ser autogenerado. Estas dos transformaciones de la historia familiar están, según la teoría psicoanalítica, íntimamente relacionadas con dos fantasmas derivados del complejo de Edipo: por un lado, el autoengendramiento y, por otro, el fantasma de la propia muerte. Constituyen ambos una reescritura de los orígenes, la reconstrucción de la historia del encuentro, fruto del cual, el niño o la niña han nacido, y del que está excluido para siempre, como quiere ser el cuento Cuero de chancho.
Desde este punto de vista, las escrituras del yo, podrían ser construcciones logradas por el lenguaje escrito, por esa exploración del sí mismo en la que el sujeto (narrador) reinventa o reconstruye su propia identidad en la ficción. Mazeyra, más que narrar lo que sabe de sí mismo, utiliza la narración para averiguar lo que ignora, lo que se esconde en la parte más oscura de la memoria. En esa utilización heurística de la ficción se pone de relieve, en primer lugar, el deseo del autor de la narración de hacer morir al padre y fantasear su propio autoengendramiento. No tiene pues nada de extraño el que en este autoalumbramiento en el que las figuras paternas quedan ocultas, el autor adopte en muchas ocasiones el viaje de revisitación al pasado, lo que al final devendría estar condenado a la memoria, a la escritura.

IV.- «LA FAMILIA ES UNA DE LAS MEJORES FORMAS DE ODIARSE UNOS A OTROS» (LORD BYRON)

En los cuentos De cómo mi padre se fue al infierno y Sueños sucios podría volver a darse la construcción de la narración familiar, el sujeto recompone imaginariamente sus orígenes, como primera manifestación de la ficcionalización del yo, dando lugar a dos fantasmas donde se sitúa la escena primitiva, el autoengendramiento y la propia muerte, el comienzo absoluto y la permanencia de un yo que se quiere padre e hijo de una obra que es su doble. La construcción de esa historia familiar reenvía pues al escritor a las razones profundas de su escritura, a la averiguación de lo que se oculta en la «sombra oscura» del sí mismo. El hecho de que el narrador se convierta en sujeto de escritura supone, en una tanatografía, «terminar» con el padre y autodenominarse con un apellido que, no obstante, mantiene una referencia toponímica paterna. Creadora de sí misma, el autor reelaborará imaginariamente a la madre en distintas figuras, en diferentes situaciones, pero en las más de las veces, será una imagen evocadora.
Concebidos la mayoría de cuentos como un espacio donde se construye la identidad narrativa, el autor se proyectará en las diversas instancias discursivas del texto. Permitiéndonos de ese modo el conocimiento/análisis de la enunciación narrativa y sus posibles identificaciones, entonces partiríamos de la conciencia de una serie de conceptos narratológicos un tanto confusos, como focalizador, narrador, enunciador y autor implícito. Entendiendo por focalización la representación lingüística en el texto de la perspectiva cognitiva a partir de la cual se enuncia el discurso, seguiríamos con las diversas clasificaciones, pero siempre en función del sujeto o el objeto, que pueda distinguir entre focalización delegada y no delegada, y focalización interna y externa. La existencia de una focalización que puede ser delegada o no nos indica, en definitiva, que la perspectiva cognitiva parte siempre del narrador, tanto como la enunciación, pudiendo ser una instancia narrativa o discursiva, tal como ocurre en Mi primera máquina de escribir.

V.- «LA FAMILIA ES UN NIDO DE PERVERSIONES» (SIMONE DE BEAUVOIR)

En este tipo de escrituras el nombre es el origen y el signo más evidente de la identidad. Con el nombre y los apellidos se le designa como perteneciente a dos colectivos bien delimitados: a un género y a una familia patriarcal, puesto que es por el nombre del padre por el que se le diferencia y se le «sujeta». Estos dos grupos comportan una serie de connotaciones diferentes.
Esta afirmación supone, en las escrituras del sí mismo, a pesar de la utilización de diversas personas gramaticales, una cierta identificación, por parte del lector, la cual ocurre entre el autor implícito y el enunciador o narrador, y el personaje principal del texto. Y, sobre todo, que el enunciador o narrador pueda identificarse, en cierta forma, con el enunciado o lo narrado. Para proceder al reconocimiento de la enunciación narrativa y sus posibles identificaciones establecemos la definición de una serie de conceptos utilizados con frecuencia en narratología y lingüística que dan cuenta de una cierta confusión entre las nociones de focalizador, narrador/enunciador, autor implícito y autor real. Partiendo de las nociones de diégesis y de mímesis, podemos establecer una diferencia entre el universo diegético o mundo narrado, y la instancia que narra profiriendo el discurso, y que es la organizadora de la historia, al final nos darán cuenta, respectivamente, de la «mostración» o showing, y de la narración, telling o talking. En el primer caso, estaríamos frente a hechos presentados sin la mediación de una fuente narrativa, mientras que en el segundo, se trataría de tomar en consideración los textos en los que el relato puede partir de puntos de vista diferentes, y a veces contradictorios, del narrador. De ahí la confusión, en numerosas ocasiones, entre el focalizador y el narrador, instancias solidarias e incluso a veces indiscernibles. Son numerosos los estudios realizados sobre el concepto de focalización, de ahí una cierta confusión en la terminología. Por focalización entiendo la representación lingüística en el texto de la perspectiva cognitiva a partir de la cual se enuncia el discurso. En la teoría narratológica de Genette, la diferencia entre mostrar y relatar, entre la focalización y la narración, se ve plasmada en el concepto de distancia como la expresión de los diferentes grados de intervención del narrador en los discursos de los personajes, esta iteración la podemos reconocer, por ejemplo en el cuento Es mejor hacerlo con agua mineral.

VI.- «A PESAR DE TODO, LO ÚLTIMO QUE SIEMPRE QUEDA ES LA FAMILIA» (MARLON BRANDO)

Mazeyra, en su revisitación, se ha desplazado por los territorios de la escritura de la búsqueda y el hallazgo. Y sus lectores hemos encontrado, con su libro, la lectura de la sensibilidad y la conmoción. La repetición de algunas ideas en Mi familia y otras miserias incide igualmente en la cronología del texto, atentando, de alguna manera contra el principio según el cual el relato debe ser una sucesión de acontecimientos lógica y cronológicamente orientados hacia un fin. Esto produce pues un efecto de inmovilización o, cuanto menos, de enlentecimiento, abriendo el final del relato. Y no olvidemos que la repetición es no sólo una figura de preferencia dentro de los mismos textos, sino también intertextual: no sólo palabras, sino también frases, incluso fragmentos, aparecen en distintos textos con pequeñas variaciones. Como por ejemplo, ciertos fragmentos de Me enseñaste a orinar y Cuero de chancho, produciendo un efecto extraño de desdoblamiento, de universo cerrado y la a la vez disperso que se refleja en sí mismo aunque distorsionado. En Mi familia y otras miserias, Mazeyra es, en definitiva, un personaje que construye su identidad narrativa a través de los textos que va creando, en constante interacción con el lector. Es mediante la “mentira-verdad” por donde se puede acceder a la verdad íntima del sí mismo, en la construcción de una ipseidad que describe tres sentidos de la invención. El primero, responde a la pregunta de quién soy yo: ante la constatación del vacío central inalcanzable del sujeto, desde el cual surge la necesidad de construirse una identidad en la escritura; el segundo, se plasma en la reinvención del sujeto en su relación con el mundo exterior; y el tercero, en una proyección onírica que conduce a otra verdad de sí mismo.
Estamos entonces ante el autor de un libro íntimo, aquel que estuvo anotando en su memoria, día a día, sus impresiones y sus estados de ánimo, fijando el cuadro de su realidad cotidiana sin preocupación alguna por la continuidad. Esta es una escritura de fondo personal, muy intensa, en las que las palabras a veces son duras, en otras, mordaces y a veces punzantes. Al leer estos cuentos estamos asistiendo a un doble movimiento acelerado que nos introduce en la vida íntima de un personaje para abrirnos al mundo en su más grande amplitud. El escritor entonces se muestra por momentos elegíaco y agresivo, pero el trazo de las frases es siempre preciso, el pulso con que fueron escritas estas historias es firme y nítido y su ritmo vertiginoso, pues mientras vamos leyendo hay una luz que exterioriza el sinsentido de nuestros afectos más recónditos. Así es como las escrituras del sí mismo se convierten pues en el proceso de búsqueda de una identidad, construcción significante que sitúa al yo en una línea de ficción, como diría Lacan. Construida en una interacción con la alteridad imaginaria, la obra supone el desdoblamiento hacia el sí mismo más profundo y oscuro, de donde surge su forma y expresión literaria.
En Mi familia y otras miserias el narrador es a la vez producto textual e instancia activa que enuncia ser, no obstante, una proyección ficticia del autor dentro del texto y en el que éste delega los modos de presentar la historia, además del emisor del monólogo narrativo que envuelve todas las voces y la voz principal, aunque su figura permanezca latente. Si esto lo comprendemos así, aunque hablen los personajes, el narrador no puede permanecer en silencio: la polifonía del discurso no será más que la emanación de dicho narrador, voz multiplicada en una alteridad. El creer que el personaje tiene voz propia sería pretender su referencialidad en el mundo real, independiente del narrador, instancia creada a su vez por el autor implícito, figura del autor real. El autor real se proyecta además en el autor implícito o modelo. A pesar del intento de delimitación de estas categorías, las fronteras entre las diversas instancias pueden desplazarse, sobre todo cuando el autor decide entablar un juego de equívocos. Estas confusiones derivan directamente de la labilidad de los pronombres personales que, en la enunciación, traducirían el fantasma de una identidad múltiple y movediza, construcción del lenguaje, viniendo a demostrar que un mismo enunciador puede ocupar todas las instancias del discurso. Las instancias discursivas serán pues elaboración de aquella a la que se refiere la firma de Mazeyra, representación del autor real, como manifestación del desdoblamiento y fragmentación que constituye el propio acto de escribir, donde la alteridad es necesaria para construir la identidad narrativa. Es esta una colección de relatos nacidos del reconocimiento entre iguales. Estas son historias entrelazadas que nos asoman en toda su crudeza a la separación y unión consumadas. Mazeyra consigue mostrar no sólo que pudo escribir las historias que deseaba: ha desnudado su intencionalidad, su arte y su particular visión del mundo de un hijo, de un escritor, de un hombre. Porque los personajes de carne y hueso de Mi familia y otras miserias transitan por el dolor, la ausencia, la separación, la pérdida y la memoria misma como parte de la vida. Estos son cuentos escritos con la energía que dispone el sentimiento sin aquiescencias, los retazos familiares que componen estas páginas dan forma a la obra que más nos ha tocado de cuantas se hayan escrito en los últimos tiempos en la narrativa peruana.
Quizá estemos frente a una de sus narraciones más poderosas. Relativamente breve, pero muy intensa. Por eso esta colección de cuentos es una invitación a la reflexión, a la incomodidad del dolor. Es un libro contra el olvido, contra la indiferencia. Este libro nos permite asomarnos y ver lo que hay detrás de la miseria, al lado, enfrente, lo que queda más allá de nosotros, de nuestros actos, de nuestras formas de ser. En Mi familia y otras miserias hay héroes verdaderos. Hay hazañas construidas dentro de un corazón. Hay decisiones terribles; pero sobre todo, hay miradas hacia atrás. Lugares que no se olvidan. Palabras que aún repican como las campanas doblan al atardecer. Hay nombres propios y vidas que se apagan con una memoria. Hay deseos de vivir y de morir. Hay destinos paradójicos, sucesos que se quedan hundidos en la memoria. Con Mi familia y otras miserias, podemos reiterar: su autor ha trazado una ruta emocional que une como puntos de coordenada un tipo de sentimiento, un mapa melancólico. Orlando Mazeyra Guillén ha escrito un libro para releer y nos ha hecho recordar que las verdaderas historias viven dentro de nosotros, porque simplemente las hemos vivido y las conocemos, las sentimos. Este es un autor al que hay que seguirle la pista.



Juliaca, octubre de 2013

*Darwin Bedoya (Tacna, 1974) es poeta, narrador y crítico peruano. Ganador del Premio Copé Internacional 2011 con su obra El libro de las sombras (Ediciones Copé , 2012). Actualmente radica en Juliaca.
               





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