Por Gabriel Ruiz-Ortega*
La
nueva narrativa peruana no atraviesa un buen momento. Lo que vemos, lo que se
nos vende, hace rato dejó de ofrecer fuegos. Hemos vivido pues una etapa
mentirosa en demasía. Las novelas y cuentarios de hace algunos años, de la gran
mayoría de los nuevos narradores peruanos, no son ahora más que fidedignas
muestras de victorias pírricas y, pese a su aún corta cronología, tienen a la
fecha muchísimas canas, han envejecido prematuramente.
Leer
este nuevo cuentario de Orlando Mazeyra, Mi
familia y otras miserias, confirma lo que ya se venía sospechando de él: un
autor en franca proyección. A diferencia de sus anteriores entregas, estamos
ante un conjunto de relatos que en entre líneas abordan la vocación literaria,
o mejor dicho, la vocación artística. Mazeyra se muestra cada vez más dueño de
sus facultades, maduro en su propuesta y le ha sacado buena ventaja a sus
compañeros de generación, puesto que entiende que lo que importa en literatura
no es escribir bien —en realidad es lo mínimo que tenemos que esperar de todo
escritor— sino transmitir, lo que sea, y si es incomodidad, tanto mejor. Es tal
la capacidad de transmisión que logra Mazeyra, que este libro termina
ubicándolo como una de las plumas más importantes de la camada de nuevos
narradores peruanos.
Si
leyéramos más a Mazeyra, indudablemente no diríamos que la nueva narrativa
peruana atraviesa un mal momento.
* Gabriel Ruiz-Ortega (Lima, 1977). Es escritor y crítico. Administra el blog La fortaleza de la soledad. Autor de la novela La cacería y de la serie de antologías de narrativa peruana contemporánea Disidentes.
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